Nuestro alrededor cambia y nuestro cerebro lo percibe respondiendo con conductas adaptativas psíquicas y físicas que pueden promover o perjudicar la salud. La experiencia de cómo responder a esos cambios es lo que percibimos como estrés y podemos clasificarlo como saludable, tolerable o tóxico si el resultado ha sido de experiencia de crecimiento, de angustia superada o de incapacidad de afrontamiento respectivamente.

Respuesta de nuestro cuerpo al estrés

Toda una serie de sistemas se activan cuando nuestro cerebro percibe un estímulo estresante. El sistema simpático y parasimpático, inmunitario, hormonal, eje hipotálamo-pituitario-suprarrenal y procesos moleculares de todos los órganos promueven la adaptación para volver a lograr la estabilidad. Sin embargo, cuando un estímulo estresante se mantiene mucho tiempo se puede producir un agotamiento de la respuesta y mal funcionamiento del órgano.

Así ocurre por ejemplo en el sistema inmunitario donde un factor estresante agudo activa una respuesta inmunitaria por la activación de mediadores como las citoquinas dando buenos resultados para curar una infección o una herida, sin embargo, una exposición crónica al mismo factor da como resultado una supresión inmunológica y resta capacidad para curar la misma infección o herida. El estrés crónico debilita el sistema inmunitario y puede promover la aparición de disfunciones celulares.

Otro aspecto a tener en cuenta es que los circuitos neuronales del sistema nervioso se van modificando a partir de experiencias. En un cerebro sano y resistente surgirán conductas apropiadas ante el reto que tiene delante, probablemente se dé un episodio inicial de alerta y ansiedad para recuperar la calma con la satisfacción de haber superado la prueba. Si hablamos de un cerebro no saludable o con circuitos desadaptativos, estos pueden desencadenar respuestas patológicas como insomnio, aumentar el consumo de alcohol o tabaco, comida poco sana, aislamiento social, etc.

Dadas estas situaciones, puede ser necesario recurrir a un profesional sanitario y comenzar un tratamiento con el objetivo de conseguir un espacio de flexibilidad a partir del que ir trabajando respuestas conductuales mejor adaptadas. En este contexto, la microinmunoterapia es un enfoque que puede resultar de ayuda, pues se dirige a apoyar la inmunidad y contrarrestar los efectos proinflamatorios inducidos por el estrés crónico.

¿Quieres saber más sobre el efecto del estrés en el sistema inmune? –> Visita el siguiente post: El estrés debilita el sistema inmunitario. Todo lo que tienes que saber.

Estrés y epigenética

Esta experiencia, especialmente en las primeras etapas de la vida, juega un importante papel ya que es capaz de regular la expresión genética sin alterar la secuencia de ADN produciendo efectos del estrés muy diferentes, tanto físicos como psíquicos, según la predisposición individual. Esto se ha demostrado en gemelos de idéntica dotación genética como influencia de experiencias no compartidas.

Enfermedad y estrés

Muchas enfermedades se han relacionado con el estrés crónico como hipertensión, envejecimiento prematuro – de hecho, existe una relación entre el estrés y la inmunosenescencia – y enfermedades intestinales y metabólicas con un factor inflamatorio, por ejemplo la enfermedad de Crohn o el colon irritable, diabetes, enfermedades de la piel, como brotes de eccema o psoriasis, etc. Incluso, se considera que el estrés puede tener un impacto importante en el cáncer. Como parte de la respuesta corporal adaptativa, las hormonas relacionadas con el estrés como catecolaminas, glucocorticoides y dopamina influyen en las células sanas o cancerosas sobre las que actúan. Además, se unen a sus receptores específicos despertando en ellas acciones de proliferación, migración, invasión, apoptosis. Como resultado, estas hormonas podrían favorecer procesos malignos o de metástasis.

Hay situaciones de estrés en nuestra vida cotidiana que no pueden evitarse, por eso aprender a gestionarlo es fundamental para paliar el impacto emocional y los síntomas asociados, así como desequilibrios inmunitarios, metabólicos u hormonales. Por esto es importante tenerlo en cuenta desde los primeros signos y acudir a un profesional de la salud para comenzar un tratamiento si fuera preciso.

Bibliografía

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